Por: Gerardo Palencia
La mirada como forma de descubrir el mundo, nos ayuda también a constituir nuestra identidad. A través del mirar a los otros, asistimos a la observación de nuestras propias carencias o profusiones, sueños, deseos y temores. Luis González Palma logra moldear diversas psiquis a través de la mirada de sus personajes, logrando al mismo tiempo múltiples construcciones del mundo en sus imágenes. La melancolía, el fragmento, el olvido y la tristeza están latentes en gran parte de sus obras; es la historia de Guatemala, la suya propia y la de sus personajes confluyendo en una misma fotografía. Mirar en la obra de Luis González Palma es mirar en la profundidad, como el viaje nitzscheano hacia el abismo.
En la serie de fotografías que van desde 1989 hasta el 2000, se alean la historia, el mito, la simbología y la alegoría, abarcando en todas ellas cuestiones de identidad, la exclusión, el olvido y el silencio. Guatemala tiene una historia muda, Luis González Palma la cuenta a través de sus fotografías, aunque Debray pueda empeñarse en afirmar lo contrario. Por romántico que suene, la mirada de sus modelos indígenas, encierra la guerra guatemalteca, sus estragos y “veladuras”, y sólo sus ojos son capaces de hablar, porque “abrir la boca” no está permitido. Un claro ejemplo de lo que puede ser este mutismo indígena, está presente en Lotería I (1989), donde la boca de una mujer está “tapada” por un brochazo de pintura, ese brochazo es la historia oculta, de la que pocos se atreven a hablar.
Pero González Palma no se conforma con “retratar la historia guatemalteca”, sino que a través de las fotografías de los indígenas, es capaz de cuestionar temas complejos de la historia del arte como el canon de belleza universal, herencia de más de dos mil años de antigüedad, dejada por los griegos. En El Reflejo (1998) el artista articula minuciosamente imágenes que muestran lo otro; es decir al fenotipo indígena frente al canon de perfección griega, desestabilizando concepciones rígidas sobre la belleza y desmembrando convenciones sociales sobre cómo deberíamos lucir. En Sin Título II (1998) y La anatomía de la Melancolie (1998), los rostros de las mujeres adultas asemejan a vírgenes renacentistas: el manto, la postura hierática, el halo de luz “divina” al fondo, todos son elementos referenciales de representaciones religiosas en períodos como el Renacimiento o el Barroco.
La representación del sujeto indígena bajo distintivos sociales a los que no pertenece ni le pertenecen (virgen, canon de belleza, hombre de Las Luces, Cristo), es un modo crítico y sustancial que lleva al espectador (específicamente latinoamericano) a un re-conocimiento de su identidad histórica y cultural, sin que esto conlleve a un discurso de rechazo por cualquier elemento externo a Latinoamérica. La herencia europea es indiscutible, pero para González Palma lo que no puede seguir teniendo cabida son los discursos totalizadores en las distintas esferas de la humanidad. Obligados a apoyar tal o cual partido político, los guatemaltecos sufren las aberraciones de modelos impuestos sin previa educación, la colonización continúa. Gran parte de su obra fotográfica es un duelo romántico, una carta llena de nostalgia, un grito mudo en los ojos de los retratados.
Una de las características más interesantes de la obra de Palma es su constante coqueteo con grandes movimientos de la pintura moderna, así en su serie de 2008 Tu/Mi Placer, la deuda con los conceptuales es indiscutible, la introducción del texto, la prevalencia de la idea sobre los elementos formales y el alejamiento preceptos establecidos de cómo debe o debería ser una fotografía, hacen de esta serie una referencia inmediata a los trabajos de Kosuth o Panamarenko, quienes veían en la idea y no en el objeto la verdadera importancia de la creación artística.
La deuda con los cubistas es incuestionable (sin que por ello su trabajo sea una oda al cubismo), pues numerosos proyectos fotográficos de González Palma adquieren cuerpo y significado gracias al uso del collage. En su serie Escenas de 2011, los cuestionamientos sobre la moral vienen dados a partir del texto presente en la imagen y no del retrato directamente, afirmando así que la introducción de recortes de diccionario, enciclopedias o libros no es un mero accidente o simplemente un capricho para “adornar” la fotografía. En ARA SOLIS (Aquí estoy ante mi), del año 2010, González Palma se vuelca sobre el mundo onírico de una forma maravillosa: la cama es el océano, un barco a la deriva (¿nosotros?) se pasea por los distintos estadios del océano: en calma, tempestuoso, insondable.
Y no sólo los movimientos pictóricos modernistas vienen a colarse dentro de la obra del fotógrafo: reminiscencias al Renacimiento, la teatralidad Barroca, el abigarramiento espacial Rococó, la sublimidad del Romanticismo y hasta el retorno de lo clásico, forman una imagen ecléctica, de toda narrativa temporal preexistente. González Palma es capaz de plasmar la mirada de siglos en una sola fotografía.
El valor y el poder otorgado por Palma a la mirada en su trabajo fotográfico (de retratos) son indiscutibles y determinan un rasgo esencial en su fotografía: el reconocerse a sí mismo en la imagen y la construcción de identidades y relaciones con el mundo. Cada retrato consiste en un portal que lo lleva a una introspección en la cual escarba su más profundo “Yo”, al mismo tiempo que logra desentrañar la historia arrebatada a sus personajes, convirtiendo las miradas en metáforas de un discurso que habla sobre la dignidad, identidad, pérdida y muerte. El eclecticismo de González Palma conlleva a que el espectador de su obra, necesariamente adopte una mirada prismática, donde afloran el símbolo, la alegoría, la poesía, la historia, la belleza y el mutismo de un pueblo.