Ciudad Nacional (Parte I)

La Universidad Nacional de Colombia, además de ser una de las instituciones más importantes del país, es también una clase de leyenda nacional que se ha ubicado, en mi cabeza al menos, como un lugar visto a través de una pantalla y la cara borrosa de un presentador. Para otros es el lugar en el que durante los años 70´s paseaban en bicicleta con sus hijos o en el que se tomaban el mejor tinto de Bogotá después de clase. Las impresiones abundan como los más de siete millones de habitantes que tiene la ciudad; por suerte para mí, las impresiones pueden volverse a causar, y un lugar que carecía de encanto puede convertirse en una experiencia que se quisiera repetir.

Lluvioso. Como un día Bogotano tradicional, así comenzó el paso por La Nacional, lluvioso y gris pero con la certeza de que la tarde siguiente podía ser tan soleada como Melgar. Por todas partes gente, césped, barro y ese aire universitario que es el mismo en todos los campus que uno pueda llegar a conocer en una vida. Primera parada: un grafiti que en forma de ola decora una pared de manchas y firmas. Segunda parada: El museo de arquitectura diseñado por Leopoldo Rother -que en principio se pensó como imprenta- y que en esta ocasión albergaba la exposición Habitamos, una muestra que aunque ya habrá cerrado para cuando publique esta nota vale la pena resaltar. Y ¿que significó habitar? Una mirada de la ciudad para la que cabe citar una frase de uno de los artistas, Gustavo Zalamea, una vision que “tiene la fuerza y la capacidad de imaginar, crear e intentar, entre otras cosas, la Utopía.” Eso, una vision realista, mágica e ingeniosa de lo que significa vivir y ocupar un espacio propio dentro de una ciudad tan ecléctica como lo es la capital de Colombia, y crear en ella una nueva experiencia, a veces más parecida a lo que quisiéramos y a veces lejana de todo lo que conocemos.

Cosas particulares que llamaron mi atención (en orden cronológico de mi visita): La serie de imágenes de Zalamea, en las que Bogotá aparece como un sueño fantástico: una ballena salta y se sumerge en la ciudad…y deja ver solo el instante en el que la mitad de su cuerpo ya ha regresado al agua (un instante que imagino debe ser interesante también desde el fondo de ese mar surreal que debe ser Bogotá por debajo). Así es la obra de este artista colombiano nacido en los 50s que en medio de su trayectoria ha encontrado que la ciudad y arte son como la raíz y el árbol- sin que se sepa con certeza cual es cual.

Más adelante, las obras del colectivo Ciudad Kennedy con su trabajo Memoria y Realidad, una serie de fotografías-intervenciones que se realizaron hace más de ocho años por diferentes artistas; entre ellos Fernando Cruz, Luis Carlos Barragán, Camilo Martínez y Michael López bajo la dirección de Raúl Cristancho. Imágenes que quedaron en mi memoria: La puesta en escena dentro de una casa típica del barrio Kennedy de diferentes muebles pertenecientes a varias casas de la cuadra que fueron dispuestas para crear una sala, lugar que deja ver los ideales y recuerdos de una época distinta y una Bogotá casi desconocida; después, las fotografías en las que se ven recortes de cartón en escala real de J.F. Kennedy y su esposa Jackie en los lugares no solo más bogotanos, sino más colombianos posibles, un almacén de variedades o una venta de comida callejera. ¿Y que más quedó plasmado en el trabajo de colectivo? Una serie de imágenes que hablan de la identidad urbana de una micro-cultura que tras su bautismo (el barrio fue nombrado en 1961 con la visita del presidente J.F. Kennedy) tuvo un desarrollo homogéneo y masivo que juega parte fundamental de la historia, la evolución y la estética de la ciudad que la contiene.

Siguiente parada: La obra de María Consuelo García, una serie de fotografías de fachadas de casas acompañadas por una instalación en la cual diferentes jaulas intervenidas resaltan preguntas sobre protección y contención, adorno y seguridad y otras tantas que surgen cuando nos damos cuenta que la ciudad nos obliga a vivir nuestro espacio privado de maneras, muchas veces, irónicas. El tema de la ironía y el contraste aparece aun más cruel-y a la vez enternecedor- en algunas otras piezas de la muestra; la primera imagen que me atrevo a describir (ya que no tomé una foto para mostrar) es una de las más impactantes: un plano cerrado en tonos lavados de sepia, humo y beige en el que una ventana sin vidrio, marco, pintura, ni cemento deja ver una cortina de encaje. La segunda (de la cual si tomé foto) pero que igualmente describo; una casa hecha en lo que parece ser lámina de algún metal pintado de rojo e igualmente ilustrado con ventanas, flores, cerraduras y otras decoraciones que muestran de una manera casi infantil, los deseos y el optimismo de quienes la habitan.

La serie Debajo de los puentes de Fernando Cruz, también toca esos lugares escondidos y olvidados que para algunos de nosotros existen solo como geografías de la ciudad, esquinas de cemento que para otros son un hogar de paso, una oportunidad para escapar del clima o lo más parecido a un refugio. Las fotografías de Cruz exploran la ciudad como habitación y también como lugar de interés, extraña belleza y espacio de surrealismo: piedras gigantes que restringen el paso, objetos abandonados, tumbas y perspectiva. Elementos que como los presentes en las muchas obras de la exposición, subrayan el interés curatorial por hacer al artista participante activo del ámbito social como agente catalizador que a través de su mirada y su acción estimula procesos tangibles propios de su praxis.


Y así, después de recorrer la exposición, la pregunta que surge es sobre el mismo espacio que la contiene, el museo de arquitectura LR. Un lugar que invita a habitar, socializar o si se quiere, a desaparecer con gracia. Habitamos, encontró sin duda un aliado en la presentación de un cuerpo de trabajo que se pregunta por las formas que diseña y construye el hombre para sumergirse ellas y vivir. El final de la visita terminó con una serie de fotografías que retrataban respectivamente a Armero y San Andrés. Lugares que desde la propuesta visual de los artistas se ven distantes y diferentes; uno de ellos, asemejándose a un lugar atrapado en un tiempo con el que se suele soñar para el futuro y el otro, un lugar sepultado en el pasado en el que la vida parece no rendirse. Para mí, los lugares son versiones diferentes de un habitar aislado.

Entonces, se termina el recorrido. Salimos del edificio y nos dirigimos a una nueva exposición en el museo de arte de la misma universidad, el campus parece interminable y el verdor más verde que nunca debido a que ha llovido sin parar hasta ahora. En el próximo post llegaremos a la exposición de Hannah Collins, la revelación del tiempo, una selección de fotografías y películas curadas por María Belén Sáenz y David Campany, que vale la pena visitar hasta el 27 de Noviembre.